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En las últimas décadas hemos sido testigos de cambios profundos en el mundo. Comencemos por el ascenso de China de la mano de Deng Xioping, que deja en el olvido los dislates de la Revolución Cultural de Mao; nada menos que un quinto de la población mundial vive así la experiencia de crecimiento y reducción de la pobreza más acelerada que se haya conocido en la historia; con menos espectacularidad, algo similar está ocurriendo en India. El siglo XXI nos traerá cambios en la distribución del poder económico entre Asia, Europa y los Estados Unidos, ya que China es la segunda economía e India la cuarta; de las cuatro mayores potencias económicas, tres ya son asiáticas. El progreso en estos países es decisivo para el futuro de la globalización: baste recordar que de cada diez personas de este planeta, cuatro viven en China o India. Gracias al progreso de los asiáticos, por primera vez se registra una disminución en la pobreza mundial. Paralelamente aumenta en 20 años la expectativa de vida en los países en desarrollo; recordemos que a los países industrializados les había tomado más de un milenio una mejora similar.

Mucho para pocos

Lamentablemente este progreso no ha llegado a todos. La pobreza no cede en América latina y aumenta en Africa, donde la malaria, la tuberculosis y el Sida hacen estragos. No todas las mejoras han sido compartidas por todos, la probabilidad de muerte de un recién nacido en los países en desarrollo es 12 veces mayor que en un país rico, pero si el niño nace en el Africa subsahariana este índice trepa a 23 veces. Hay todavía 1200 millones de personas muy pobres. El ingreso promedio de los 20 países más ricos es 37 veces mayor que en los países más pobres -relación ésta que se ha duplicado en los últimos 40 años-. Más de 1000 millones de personas carecen de agua potable y 2000 millones sin servicios de salud se ven castigados por muertes prematuras. Las condiciones ambientales se han deteriorado y seguirán empeorando si continúan las tendencias actuales; en los últimos 50 años se ha degradado la cuarta parte de las tierras de cultivo y los bosques. Poblaciones cada vez más grandes recurren a fuentes finitas de agua dulce y en algunas regiones asoman conflictos por agua y la pérdida de ecosistemas fluviales. Para el año 2025 tres cuartas partes de la población podría estar viviendo a 100 kilómetros o menos del mar, lo que significaría una gran presión sobre los ecosistemas costeros. Dos terceras partes de las áreas de pesca son explotadas más allá de sus límites sostenibles, y la mitad de los arrecifes de coral pueden perecer en este siglo. Estamos cambiando el clima, amenazando a las poblaciones costeras al elevarse el nivel del mar, y a los residentes de las áreas semiáridas, con la desertización; cientos de ciudades de países en desarrollo tienen un aire malsano que causa muertes prematuras. El cambio del clima es un problema global porque los gases de invernadero se mezclan en la atmósfera y tienen el mismo impacto, no importa donde se emitan. El problema es de largo plazo debido a su inercia, lo cual significa que se requerirían décadas para moderar el deterioro. Las emisiones per cápita de los países industrializados son mayores que las de los países en desarrollo; esto genera inequidad, ya que los más ricos están causando los mayores daños. Los EE.UU. han aportado el 30 por ciento del total de las emisiones contaminantes (con menos de 5 por ciento de la población mundial) y sus emisiones por habitante son 20 veces mayores al daño originado por los habitantes de los países pobres, por esto es lamentable la no ratificación del Protocolo de Kyoto. Pero como las emisiones de los países en desarrollo serán mayores en el futuro, también tendrán que involucrarse, sabiendo que mitigar los impactos climáticos en el 2100 exige comenzar ahora. A menos que se emprendan acciones ya, el planeta enfrentará desafíos que crecerán en intensidad durante las décadas entrantes. Habrá tensiones ambientales sobre el aire, el agua y la tierra. También habrá tensiones sociales en la medida en que las esperanzas de los pobres se vayan rezagando con respecto a los ricos.

Prosperar y preservar

No cabe duda de que el siglo XX ha sido extraordinario desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas productivas. Es el siglo en el cual el fenomenal progreso tecnológico entierra la profecía malthusiana, que nos condenaba a no poder mejorar nuestro nivel de vida. El crecimiento económico de la centuria pasada es con mucho el mayor de toda la historia, aunque también es cierto que este crecimiento ha sido desigual entre las naciones. Pero cuando uno observa en perspectiva los últimos cien años puede extraer una lección optimista: ninguna nación está condenada a la pobreza permanente. Esto es positivo, pero no es suficiente desde el punto de vista de la ética de la solidaridad. Con tanta producción y progreso tecnológico, aún existen muchas personas en extrema pobreza y muchas de ellas cada vez viven peor. Este es un desafío crucial en el mundo globalizado. El progreso económico es indispensable para abatir la pobreza, pero este progreso debe reconocer que los recursos naturales y la biodiversidad son activos que deben ser preservados, ya que no será posible reducir la pobreza si no se asegura la sustentabilidad de los ecosistemas cuando el crecimiento de la producción presiona cada vez más el medio ambiente y unos recursos que son finitos. Queda por ver si en este siglo seremos capaces de encauzar el crecimiento de la riqueza material estimulado por la globalización, para asegurar que no haya excluidos de la prosperidad, ni en esta generación ni en las futuras. Al fin y al cabo, el mandato bíblico fue "Fructificad y multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla" (Génesis 1:28). Pero eso no significa destruirla.
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